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Recibimos a los huéspedes en una antigua granja situada en un pequeño pueblo en el norte de Dinamarca. Y con pequeño quiero decir muy pequeño. De hecho, según los datos del último censo, somos 282 habitantes. ¡No hay mejor estampa de la vida rural danesa! Tenemos pollos, perros y gallinas, además de un gran jardín con un antiguo huerto frutal, un laberinto de maíz y varias zonas donde sembramos verduras y hortalizas. Todo muy de pueblo y muy de aquí.
Sin embargo, yo he recorrido bastante mundo. Me mudé a Dinamarca desde Londres, pero antes viví en Beirut, Dubái, Washington D. C., Tokio, Pisa, Aix-en-Provence, Zúrich, Saná… Para mí Airbnb es una puerta abierta al mundo que me permite crear vínculos más allá de las fronteras y dar a mi familia una visión más global de las cosas. Mi marido y yo nos conocimos en Japón, pero él es danés. Yo soy empleada de una empresa internacional de tecnología, y él trabaja con los agricultores locales. Siempre está al tanto de todo lo que ocurre a nuestro alrededor: sabe quién tiene un tractor nuevo, a quién se le ha escapado una vaca y quién trabaja en cada granja.
La filosofía de nuestra familia es explorar, aprender y ser generosos. Nos encanta ayudar a los huéspedes internacionales a descubrir la vida local, ¿y qué mejor forma de hacerlo que a través de Airbnb?
Hemos recibido a bastantes personas de Estados Unidos que han venido aquí solas o en grupo en busca de sus raíces. Algunas se han adaptado tan bien que conocían el bar del pueblo mejor que nosotros (sí, sí, somos pocos, pero tenemos una cafetería que gestionan algunos voluntarios y muchos de nuestros huéspedes se pasan por allí) y han añadido a sus redes sociales a la mitad de los lugareños. Luego disfrutamos un montón siguiendo los avances que hacen en la búsqueda de sus parientes gracias a lo que publican en Facebook.
También hemos tenido huéspedes chinos del pleno centro de Shanghái a los que les fascinaba la idea de recolectar patatas. En China no habían salido de la ciudad, así que nunca habían visto un huerto. Nos dejaron una evaluación maravillosa y nos regalaron un marcapáginas tradicional trenzado de color rojo que tenemos colgado en la pared del salón, junto a un cuchillo tribal de cuando viví en Yemen.
También hemos recibido a varios grupos de noruegos (que nos pillan más cerquita, pero no dejan de ser huéspedes internacionales) que nos han ayudado con las gallinas. El último vino a principios de este verano y se marchó con una bolsa de patatas recién cogidas, una gallina y una receta.
Además, mis hijas, que tienen 6 y 7 años, han descubierto que para saltar en la cama elástica no hace falta saber cómo se dice en otra lengua, y que el juego es un idioma universal.
También tenemos amigos de distintos países que vienen a visitarnos y, a veces, se quedan a pasar unos días con nosotros. Cuando nos casamos hace casi 10 años, vinieron invitados de 14 nacionalidades, y es un auténtico privilegio marcar el calendario de Airbnb como no disponible durante unas noches o una semana para volver a disfrutar de buenos momentos con amigos que viven lejos.
Ya sea con tu gente de siempre o con personas a las que acabas de conocer, tener un alojamiento en Airbnb es sinónimo de crear vínculos maravillosos mientras compartes un plan, una comida ¡o ambas cosas!
