Este artículo forma parte de una serie sobre cómo crear vínculos entre las personas a través de la hospitalidad.
Soy anfitriona de dos yurtas en Inglaterra. Una yurta es una especie de tienda de campaña redonda con una estructura de madera. En las nuestras, pueden dormir hasta 10 personas. A lo largo de los años, me he dado cuenta de que bastantes jóvenes las reservan para irse de escapada con los amigos. Muchos grupos vienen de grandes ciudades del Reino Unido, como Manchester o Londres, y suele ser bastante común sea su primera vez usando una estufa de leña. Parece que tampoco saben muy bien cómo voy a recibirles ni cómo responderé a sus preguntas.
Me gusta mucho compartir mis yurtas y esta bonita zona rural con los huéspedes, especialmente con los más jóvenes. Siempre los recibo con una sonrisa. Prefiero no hacerme ideas preconcebidas cuando viene la gente. Cuando llegan los viajeros, les explico cómo encender la estufa o les muestro el camino hasta nuestra granja-heladería, donde tenemos cabras, cerdos y conejos que se dejan acariciar. Al ver mi sonrisa reflejada en sus ojos, me doy cuenta de que los ayuda a estar más a gusto. En muchos casos, enseguida todos se dan cuenta de que la acogida que les doy es auténtica y natural, y eso hace que se sientan aún más en confianza conmigo.
A veces, vienen grupos de estudiantes extranjeros. En ocasiones, son amigos del mismo país y otras, de países distintos. Siempre tengo curiosidad por saber de dónde son, y me encanta cuando me hablan un poco de sus orígenes y su cultura. Creo que a menudo les sorprende lo abierta que soy.
Siempre les digo que están en su casa. Me he dado cuenta de que los huéspedes jóvenes a los que recibo normalmente prefieren estar a su aire, así que les doy privacidad, pero estoy disponible por si necesitan algo. Siempre nos encontramos de nuevo antes de que se marchen y me alegra muchísimo cuando me cuentan lo bien que se lo han pasado.
Por eso, me encanta hacer lo que hago: porque los anfitriones ayudamos a crear una comunidad. Solo pongo mi granito de arena para intentar que los jóvenes se sientan menos solos abriéndoles de par en par las puertas de mi alojamiento en un lugar donde quizá no esperaban sentirse como en casa.
¿Qué haces para ayudar a tus huéspedes a sentirse así? ¿Has recibido a viajeros realmente excepcionales y quieres contarnos alguna anécdota sobre ellos? ¿De qué forma tu hospitalidad contribuyó a que tuvieran una estancia fantástica?
Rachel en su acogedora yurta de más de seis metros de altura con capacidad para 10 huéspedes.