Para los Superhosts Mary y Buster Reynolds, la hospitalidad y la construcción de casas llevan formando parte de sus vidas los últimos 40 años. «Es una forma de vida», comenta Buster. Él y su mujer Mary empezaron a construir su casa a mano en 1980 y a compartirla con huéspedes. «Cada huésped que cruza el umbral te permite ver la casa con nuevos ojos. Estamos muy orgullosos de lo que hemos logrado». La propiedad, ubicada en un antiguo santuario para pájaros, está a 30 minutos en autobús de la sudafricana Johannesburgo y cuenta con una casa principal con tres habitaciones para huéspedes, así como dos casas más pequeñas independientes. La pareja terminó la obra «anoche». Mary se ríe: «Justo terminé de alicatar el nuevo baño».
Mary y Buster descansan de su labor de alicatado para contarnos cómo empezaron a hospedar, cómo les ha ayudado de cara a la jubilación y por qué es posible que haya otra casa como la suya a casi 5000 km, en Nigeria.
Construir una casa con tus propias manos parece una labor titánica. ¿Sabíais algo sobre albañilería antes de empezar?
Mary: La verdad es que no. Buster es director de fotografía jubilado y yo he trabajado gran parte de mi vida como profesora. Teníamos un casero que se dedicaba a construir casas rurales, y lo hacía tan regular que pensamos: si él puede hacerlo... nosotros, también. ¡Y mejor! Así que Buster se apuntó a un curso de mampostería y yo me compré un libro de fontanería.
¿Esa es toda la formación que tenéis?
Buster: (Se ríe) En aquel momento no teníamos dinero para comprar una casa. Era la única manera de comprar la casa que queríamos en el solar que más nos gustaba. Así que empezamos con 3000 rand (218 $) y partimos de ahí. Empleamos todos los fines de semana, todos los minutos que teníamos libres y todos los céntimos que ahorrábamos para la casa.
Mary: Buster se encargó de la estructura y yo trabajé en el interior. Las vigas están hechas de árboles de caucho locales, y la mayor parte del resto de la madera la obtuvimos del vertedero de Crown Mines, una de las primeras minas de oro en Johannesburgo. Las únicas tareas para las que contratamos a alguien fueron la instalación eléctrica y para poner el techo de paja, porque requieren conocimientos especializados. Techar en paja es un arte tradicional, así que contratamos a expertos de la zona que nos hicieron el tejado con heno que habían segado a mano sus mujeres. Es un trabajo como el de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, todo el día escaleras arriba y abajo. Sientes que estás viviendo en una obra de arte.
¿Hablar de la casa os ha resultado útil para conectar con vuestros huéspedes?
Buster: Sí, por supuesto. La casa es de concepto abierto, algo que en 1980 no aparecía siquiera en los libros de arquitectura. Y ahora por fin vamos acorde a los tiempos. Los huéspedes entran por la puerta de la cocina y de inmediato conectan con [la casa y] lo que les estamos preparando para desayunar: mermeladas caseras hechas con frutas que cultivamos nosotros, encurtidos y chutney, granola que también preparamos y magdalenas. Siempre ponemos varios tipos de panes, y no faltan el café y el té Roiboos, que es típico de Sudáfrica. Pasamos al menos una hora conversando sentados en la mesa del desayuno.
Mary: Una vez tuvimos como huéspedes a un grupo de Nigeria que se pensaban que venían a un hotel de 5 estrellas. Al llegar se les quedó cara de decepción, pero no tardaron mucho en relajarse y sumergirse en la experiencia. Para cuando se marcharon, uno de ellos nos pidió una copia de los planos de la casa porque quería construir una como la nuestra. Así es posible que exista un clon de nuestra propiedad en algún lugar de Nigeria.
¡Ese es el mayor cumplido que os pueden haber hecho! ¿Cómo empezasteis a hospedar?
Mary: Lo hicimos a través de la AFS (American Field Service), un programa de intercambio internacional. En 1984, hicimos un viaje increíble a Estados Unidos y, cuando volvimos, la AFS estaba buscando familias que pudieran ofrecer alojamiento. Desde entonces, hemos tenido con nosotros a siete estudiantes, cada uno durante un año, y de todos los rincones del mundo. Hospedar se ha convertido en una forma de vida para nosotros. Además añadimos dos casitas independientes, que en un principio eran para nuestros padres y que ahora alquilamos. En 2017, nuestra hija Katy nos animó a abrirnos una cuenta en Airbnb y empezamos a recibir reservas casi de inmediato.
¿Qué es lo que más os gusta de hospedar?
Mary: Las personas. Siempre nos ha gustado tener invitados en casa, aprender sobre sus culturas y descubrir por qué viajan a Sudáfrica. Una vez hospedamos a un grupo de afroamericanos de Chicago que querían conocer sus raíces. Les recomendamos sitios en los que sabíamos que iban a disfrutar de auténticas experiencias africanas. Y quedaron entusiasmados y sintieron una profunda conexión con la cultura.
Buster: También tuvimos a un argentino al que le fascinó tanto nuestro sistema de compostaje que quería volver para que abriéramos un negocio de compost. Son historias como estas las que nos empujan a continuar.
Mary: Además, Buster se tuvo que prejubilar y, como yo estoy jubilada a tiempo parcial, los ingresos extra nos vienen de perlas. Nos han permitido seguir viviendo en nuestra casa. Además, tenemos contratadas a dos personas para las tareas domésticas y a un jardinero. Si no tuviéramos los ingresos de Airbnb, se hubieran quedado sin trabajo. Nuestra intención no es hacernos ricos —nada más lejos de la realidad— sino mantener nuestra casa y los empleos de Nelly, Elizabeth y Mishek.
¿Tenéis algún consejo para otros anfitriones?
Mary: Es imprescindible que disfruten de lo que hacen, porque si no lo hacen, no merece la pena. A nosotros nos encanta lo que hacemos. Y cuando la gente lo aprecia, es porque algo estás haciendo bien.