Esta publicación es parte del CC Festival de la Hospitalidad 2024 , tema original creado en el Centro de la Comunidad francés por @Delphine348 y lo hemos traducido.
Tras 10 años viviendo fuera con mi marido y mis hijos, regresé a nuestro pequeño pueblo cerca del bosque de Fontainebleau en 2017. Me alegré mucho de poder volver y reabrir las puertas de nuestra casa para convertirla en un lugar acogedor donde recibir a la familia y los amigos. Aunque también tenía que tomar una decisión sobre lo que iba a hacer para ganarme la vida...
No quería dejar atrás la vida rural y necesitaba conocer a más gente. Así que empecé por fundar una asociación sin ánimo de lucro con otras personas de la zona para proteger el medio ambiente y evitar los vertidos residuales de una depuradora. Fue una victoria para la comunidad, y yo volví a sentirme de nuevo en casa.
Pronto compramos una segunda vivienda en el pueblo para recibir a más gente y con la idea de quizás dejársela a uno de nuestros hijos. Iniciamos una reforma total de esta antigua casa del siglo XIX que nos llevó más de un año. Disfruté mucho trabajando en el diseño y, por primera vez, consideré la posibilidad de hospedar.
Decidí embarcarme en esta aventura sin saber nada al respecto. En ese momento, mi experiencia se limitaba a ser una huésped que había disfrutado mucho de su primera estancia en Montreal. Investigué un poco e intenté aprender todo lo que pude sobre Airbnb. Tenía la intención de recibir a mis huéspedes de la mejor manera posible e incluso me puse a estudiar idiomas con una aplicación para refrescar mi alemán (con muy poco éxito).
Empecé a hospedar en marzo de 2020, justo antes de que se decretara el inicio del confinamiento por la pandemia en Francia.
De hecho, nuestro presidente anunció oficialmente tan solo dos semanas después que estaríamos confinados durante 15 días. La aplicación se activó de inmediato: tenía dos reservas confirmadas de parisinos que querían salir de la ciudad.
Tengo publicados tres anuncios independientes de mi casa. Unos gemelos reservaron uno de los alojamientos. Los dos eran aficionados a la escalada y querían pasar el confinamiento solos disfrutando de las rocas del bosque para practicar este deporte.
Una madre acompañada por su dos hijos (de 11 y 13 años) y su pareja reservó otro de los alojamientos durante un mes para poder disfrutar del jardín y de la vida en el campo.
El tercer alojamiento se lo guardamos a nuestra segunda hija, que tenía previsto regresar de Bali pronto.
La sala de la lavadora es compartida, así que hice todo lo posible por garantizar la seguridad de los huéspedes y que todos pudieran usarla, además de ofrecer productos ecológicos para desinfectarlo todo.
La soledad iba pesando cada vez más a medida que el confinamiento se ampliaba. Solo nos comunicábamos por mensajes, y así fue cómo descubrí que los gemelos, el niño de 11 años y yo celebrábamos nuestros cumpleaños más o menos por las mismas fechas. Llegados a ese punto del confinamiento, ya habíamos aprendido a saludarnos y reunirnos de forma segura. Entonces, decidí organizar un almuerzo para todos en el jardín: dispuse tres mesas separadas por una distancia de seguridad, una para cada grupo.
Tuve que darle unas cuantas vueltas a la logística. No cociné, sino que compré toda la comida por separado para evitar la contaminación cruzada. Fue un día mágico. Brillaba el sol y nos pasamos toda la tarde en el jardín, contándonos nuestras vidas. ¡Había muy buen rollo entre todos! Al mirar atrás, recuerdo ese momento con mucho cariño. Me hizo darme cuenta de lo fácil que es marcar la diferencia cuando hospedas con empatía.
Desde entonces, siempre trato de conocer el propósito de la estancia de mis huéspedes y hago todo lo posible para recibirlos de una manera amena y personal. A veces, esto se traduce en tener la cena lista porque sé que se trata de un grupo que participa en una competición ecuestre y no tienen tiempo de cocinar. En otros casos, me ofrezco para recibir los pedidos que han hecho con motivo de una celebración familiar. Para mí, las interacciones con los viajeros son una verdadera fuente de alegría, recuerdos y anécdotas personales.
Claudia, Delphine, Tatiya y yo contamos cómo afrontamos la soledad a través de la hospitalidad, y estamos deseando conocer tus experiencias. Si quieres leer nuestras historias, las encontrarás a continuación: